Padre pon tu Espíritu sobre mí,
aquí estoy, aquí me tienes.
Gracias por la vida,
Que la viva siendo todo yo
Que la viva siendo todo yo
Todo libre,
todo entregado,
todo Tú,
todo dado,
todo alegre,
todo amante,
todo amado,
todo arrodillado,
todo hijo,
todo hermano,
todo padre,
todo disfrutón,
todo mariano,
todos por todos,
que viva todo,
con toda el alma.
En ciudades de coronas blancas.
En los cantos de gargantas altas.
En las ruinas ecos del pasado.
En cada página del libro sagrado.
En la sal, agua que empapa el alma.
En la brisa que prende las brasas.
En inciensos que trepan pilares.
En ofrendas que se encienden suplicantes.
En Tierra Santa
lo busco en Tierra Santa
colinas de piel dorada
reveló su Palabra.
En Tierra Santa
lo busco en Tierra Santa
colinas de luz dorada
reveló su Palabra.
En cien mil, en cada nombre.
En la danza de liternas de la noche.
En los ojos cerrados contemplando.
En el monte donde duermen los hermanos.
En la larga alfombra de dolor.
En el silencio que mece mi voz.
En el trigo, la vida y las ganadas.
En la mostaza que, discreta, todo guarda.
En Tierra Santa
lo busco en Tierra Santa
colinas de piel dorada
reveló su Palabra.
En Tierra Santa
lo busco en Tierra Santa
colinas de luz dorada
reveló su Palabra.
Aquí se encarnó,
vivió entre los hombres.
Y lo encuentro en cada paso que doy
en esta tierra.
En esta Tierra Santa
lo busco en Tierra Santa
colinas de piel dorada
reveló su Palabra.
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
VOZ EN OFF
Hoy te traen a una adúltera.
Una pecadora pública.
Acusada por todos.
Condenada incluso por la Ley de Moisés.
Sorprendida flagrantemente.
Quieren saber qué opinas.
Y tú… solo escribes con el dedo en el suelo.
Casi parece que no te importa, que estás a otra cosa.
Como un niño jugando con la tierra. En el suelo, agachado.
Te llaman maestro y Tú… te haces pequeño.
Ante el peor de los pecados que un judío podría cometer…te inclinas hacia el suelo.
Ante la mayor de las acusaciones… muestras la mayor sencillez.
Lo hiciste hace 2000 años frente al templo en Jerusalén.
Y lo haces hoy, aquí, con mi pecado. Con mi pobreza de cada día. Con la de cada uno.
Con todo eso que no soporto de mi misma.
Con lo que no tolero en los demás.
Lo ves.
No es que cierres los ojos, no.
Te duelen cada una de mis heridas
Ves absolutamente todo mi pecado.
Y tras verlo…te inclinas.
Te inclinas al hacerte hombre, al adquirir toda mi humanidad.
Te inclinas al estar en este pan, frente a mi.
Te inclinas desprendiéndote de tu rango.
Te inclincas hasta hacerte esclavo.
Te inclinas al someterte a una muerte de cruz.
Te inclinas al ser acusado, condenado, humillado.
Al cargar todo ese pecado siendo clavado en la cruz.
Y entonces, solo entonces, te incorporas. Levantas la cabeza y me dices:
“Tampoco yo te condeno, anda y no peques más.”
Jesús, no permitas que me olvide de ninguno de tus gestos.
¡Que ninguno pase desapercibido!
Que en cada uno vea tu infinito amor.
Desde tu dedo escribiendo en la tierra hasta tus brazos extendidos en la cruz.
Y que, ante ellos, nunca me quede indiferente.
Ni siquiera ahora, ante este pan, que no es más que un Dios que sólo sabe amar
Madre, ¿qué vale todo el universo y el
poder
frente a una sola llaga de tu Hijo?
Madre, ¿qué ven tus ojos cuando
lloras junto a Él,
cuando le besas todas las heridas?
Madre, quiero ver lo que tú ves.
Madre, ¿a dónde fueron las palabras
que escuché?,
¿a dónde fue el calor de sus latidos?
Madre, ¿a dónde fue tu Amado?, yo lo
buscaré,
y lo pondré al abrigo de tus brazos,
Madre, donde Dios quiso nacer.
Mécele en tus brazos esta noche
como ayer,
bajo el frío y el misterio de Belén.
Sólo con su sangre volveremos a
nacer,
con la sangre de Jesús de Nazaret.
Madre, yo bajaré temblando a Cristo
de la Cruz,
Lo cubriremos juntos de caricias.
Madre, me asomaré al costado abierto
de su amor,
y miraré los cielos nuevos
donde adoran a tu Hijo vencedor.
No hay dolor tan grande
comparable a tu dolor,
no hay más vida que la muerte por
amor.
Cuando todos huyan, cuando
pierdan la razón,
velaré contigo el Rostro de mi Dios.
Madre, átame fuerte con tus brazos a
la Cruz.
No quiero más tesoro que sus clavos.
Madre, quiero mirarte cuando no
encuentre la luz,
y recorrer contigo cada paso,
Madre, del camino de la Cruz.
Guárdame en tus brazos esta noche
junto a Él,
venceremos a la muerte con la fe.
Calmaremos juntos el deseo que
escuché
de sus labios que aún repiten
“Tengo sed”,
de sus labios que aún me dicen
“Tengo sed”.
Mi mejor amigo decidió morir por mí,
cargó con mi castigo para que yo
pudiera vivir.
No viniste a juzgarme, me viniste a
salvar.
Y ahora lo que más quieres es que yo
me deje amar.
Abrázame, hoy me dejo querer.
Todos mis pecados arden
en el fuego de tu amor.
Y siempre que yo me caiga
Tú me levantarás.
Coronado con espinas, vestido de
dolor,
en tu último suspiro mi mundo se
apagó.
Pero al tercer día, un gran ruido se
escuchó,
fueron ángeles cantando: ¡Jesús
resucitó!
Oh abrázame, hoy me dejo querer.
Todos mis pecados arden
en el fuego de tu amor.
Y siempre que yo me caiga
Tú me levantarás.
Quiero volver a nacer en ti,
quiero volver a nacer en ti,
quiero volver a nacer en ti,
¡Ahora soy libre! ¡Ahora soy libre!
¡Porque tú me haces libre!
Todos mis pecados arden
en el fuego de tu amor.
Llévame contigo a todos lados,
que pueda dormir tranquilo bajo tu
preciso manto
Llévame contigo, no me sueltes de la mano,
Y que cuando sienta frío, note tu
cálido abrazo.
Llévame contigo, a donde quieras,
Y es que no hay mayor consuelo que
una madre que te quiera y que algún
día pudiera, al Cielo ir por tu escalera
Y entender que contigo Madre
querida, valió la pena
Que no me canse nunca de mirarte
Y repetir cion humilde devoción:
Te quiero con locura preciosa Madre
Tú el mejor regalo de mi Dios
Que no me canse nunca de mirarte
Y repetir con humilde devoción:
Te quiero con locura preciosa Madre
Tú Madre de Hakuna y mi corazón.