Tu suspiro resonando en mis oídos,
aquellas puestas en las que la
rompiente
abrazaba el anhelo de nuestro
permanente fuego.
Te vi y me miraste, no dijimos nada,
pero me dijiste todo, y una vez más
aparte mi mirada,
asustada, dividida, cautivada, pero
sobre todo, amada.
Intenté disimular el vértigo al
asomarme en la pupila de tus ojos.
¡Y no olvidaré cómo te metiste en
mis huesos
con ese beso que nos dimos!
¡Convertiste mi ser en pedazos,
con la eficacia de ese abrazo que,
sin tocarnos, me acariciaste desde
lo más alto!
Mientras me quede voz te seguiré
cantando,
como dos enamorados que disfrutan
contando pequeños pájaros.
Tú, el culpable por segunda vez de
aquella gota en mi mejilla,
que me devolvió a aquel lugar en
aquella larga orilla.
Intenté disimular el vértigo al
asomarme en la pupila de tus ojos.
¡Y no olvidaré cómo te metiste en
mis huesos
con ese beso que nos dimos!
¡Convertiste mi ser en pedazos,
con la eficacia de ese abrazo que,
sin tocarnos, me acariciaste desde
lo más alto!